lunes, 28 de enero de 2013

Usuario online. Escribiendo...

  Suena el móvil, y antes de que podamos dar por finalizada la conversación que estábamos manteniendo, un impulso interno nos acciona el brazo automáticamente a coger el novedoso aparato, desbloquearlo, abrir la pantalla de Whats App, ver el mensaje, contestarlo, bloquearlo y guardarlo de nuevo en el bolsillo, todo ello en el escalofriante tiempo de cinco segundos y sin dejar de asentir a la pregunta que la persona con la que conversábamos nos estaba haciendo. 

Este proceso se repite constantemente en nuestra vida y a nadie parece impactarle, puesto que se ha convertido en un ejercicio rutinario y masificado. Allá donde vamos, encontraremos cabezas gachas pendientes de un mensaje del Smartphone, un e-book o una aplicación de tablet. Nos encontramos absolutamente absorbidos por una nueva era que, sin darnos cuenta, se abre paso en nuestro día a día, las tecnologías. Pero, ¿supone esto algún impedimento en nuestras vidas?

Por lo visto todos nos hemos quejado en algún momento de la cantidad de estrés que acumulamos a lo largo del día, ¿y no nos preguntamos en qué nivel afectan la inmediatez de los aparatos tecnológicos en este hecho?

Imaginemos por un momento que un día, concretamente mañana, nos despertamos sin poder disponer de ninguna de las tecnologías que implican redes de datos. Llegaríamos tarde a la universidad, al trabajo, a la reunión, porque no tendríamos un Smartphone con alarma incorporada que nos despertase a la hora prevista. No podríamos encontrarnos con nadie por el camino, dado que no tenemos Whats App para quedar a la hora y en el lugar que pactemos, ni dispondríamos de una aplicación que nos avisase del tiempo que va a tardar en llegar el autobús, por lo que deberíamos salir un tanto antes de casa. Al llegar, no podríamos administrar nuestros archivos sin la tablet, algunos ni siquiera podríamos trabajar sin ella, a la vuelta haríamos el interminable trayecto sin música ni redes sociales con las que interactuar, lo cual además nos privaría de la información diaria de actualidad del mundo que nos rodea.

Nos veríamos en la odiosa obligación de tener que mantener contacto visual con el resto de las personas del vagón, o acudir a esos anticuados medios de información a los que mi abuelo llamaba ‘periódicos’. Y, finalmente, acabaríamos el día reflexionando sobre lo enormemente solos que nos hemos encontrado, la de cosas que nos ha dado tiempo a pensar y, por supuesto, las increíbles ganas que tenemos de que al día siguiente podamos recuperar de nuevo nuestras preciadas tecnologías.

Sin duda, nuestra vida está facilitada por estas telecomunicaciones, pero debemos incurrir en las carencias a las que esta dependencia internauta nos está haciendo llegar. Carencias personales, sociales, mentales, e incluso productivas. Llegará el día que todo el mundo olvide cómo hacer una multiplicación sencilla porque con su móvil a mano nunca tendrá necesidad de recordarla. Las relaciones interpersonales dejaran de ser una prioridad, dado que la mensajería instantánea resuelve grandes situaciones comunicativas que en persona no tendrían la misma efectividad. He llegado a ver a varios sujetos situados uno al lado del otro hablando por Whats App entre ellos, sin mediar palabra… yo supongo –o espero suponer- que eso sería una mera broma puntual, de lo contrario, estoy convencido de la gravedad del asunto: las personas ya no somos personas sin aplicaciones online a nuestro alcance.

En contraposición a este hecho, se encuentran aquellos, generalmente veteranos, que no acceden al chantaje de la nueva era digital. ‘Mentes retrógradas que no aceptan el cambio’… les llamamos, aunque pensándolo bien, hemos de admitir que ellos son los verdaderos privilegiados. Ellos son los que no dependen de un dispositivo para relacionarse o de una tablet para trabajar. Ellos son los que toda su vida se ganaron el sueldo sin dejarse los ojos en pantallas de ordenador. Ellos son los que vivieron la nueva era de la información verídica, siendo únicamente censurada por los políticos, no por la propia opinión pública como pasa actualmente, donde nos venden que un Trending Topic es una noticia mundial cuando no es más que un filtro de palabras de la red sin ninguna veracidad constatada; si lo analizamos, nosotros creamos nuestra propia información y nosotros nos sentimos llenos con ella, sin más. Las noticias también cuentan con Twitter para dar sus actualidades y la prensa dedica apartados a esta “voz social”. Estamos cayendo en una espiral autodestructiva, en la que nos basta con nuestras propias creencias para sobrevivir, creemos mirar más allá a través de pantallas que conectan con todo el mundo, y en el fondo no hacemos más que girar un mismo pensamiento resumido en 140 caracteres.

Estamos siendo masoquistas, y en lugar de aprovechar las tecnologías, nos sumimos a ellas, nos vendemos a ellas. Somos por tanto, productos maquinados en las mayores empresas tecnológicas del mundo. Nos ponen una manzanita de eslogan, y nosotros la mordemos, y nos envenenamos.

Doy por tanto las gracias a esos ya mencionados veteranos que tienen la irreverencia de no dejarse manipular por el sector tecnológico. Yo, reconozco que no puedo salir de él, y que seguramente jamás lo haga tendiendo en cuenta que, encima, estudio una carrera cuyas salidas dependen de los medios comunicativos, y estos, a su vez, de las tecnologías. Por tanto, hago un llamamiento a todos, los que quieran tomarlo y los que no, porque nos encontramos en una realidad que es incorregible porque nos tiene agarrada de dónde más nos tira… el deseo por las modernidades que aún no poseemos. Somos los usuarios de una red masificada y que depende de nosotros.

Por suerte, siempre tendremos a nuestra disposición el botón de ‘Off’, para aquellos momentos en los que nos apetezca recordar lo que era vivir en un mundo sin digitalización ininterrumpida.
(Última conexión a las 19:30).

Álvaro Valadés.