La noche de Halloween cada año se
implanta en mayor medida en nuestro país, y en concreto la de este año, ha
hecho honor a su cometido creando terroríficos espectáculos en grandes y
pequeños locales distribuidos por todo el centro neurálgico de la fiesta en
Madrid, entre ellos, el más exitoso ha sido la fiesta propuesta por el pabellón
Madrid Arena, que contó con la asistencia de más de diez mil jóvenes de la
ciudad. El descontrol pronto llevó a la saturación de la sala, conllevando esta
situación al impenetrable tapón que se produjo en pocos minutos en una de sus
salidas al exterior.
El escaso control de guardia en relación
con el inmenso número de asistentes, la falta de registros de entrada de
material pirotécnico y la inaccesibilidad de las salidas de emergencia tuvieron
como consecuencia un hecho cuya magnitud muchos comparan con la tragedia de
Alcalá 20; la muerte por arrollo de tres chicas, una de ellas, menor de edad.
La noche conlleva diversión, amistades,
entretenimiento, desinhibo, alegría… ¿o por el contrario vicios, alcohol,
enfrentamientos, lujuria, drogas, o incluso muertes?
Todo esto es muy moralmente
cuestionable, hay quiénes piensan que son los asistentes los verdaderos
culpables de estos trágicos sucesos nocturnos, y otros que el control debería
ser mucho más eficaz en lugar de tan clasista como es. Hay grandes debates
sobre el ambiente viciado de la noche. ¿Qué debemos pensar ante situaciones
así?
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Obviando mayor información de lo
acontecido, puesto que ya hemos recibido suficiente, he de destacar mi
frustración ante una falta tan deleznable de criterio de selección de entrada a
las discotecas y de registro de asistencia. Todavía no puedo entender como un
acontecimiento de las dimensiones de la mayor fiesta de Halloween en Madrid
pueden estar regidas por un puñado de incompetentes que ni siquiera
contabilizan el aforo de su sala, llegando a superarlo, y lo que es peor, a mentir
a los medios acerca de la cantidad de personas que había en su interior.
Me imagino la indignación, por
decirlo de la manera menos fuerte posible, de la gente cercana a las tres niñas
fallecidas, y ya no solo a ellas, sino a
todo joven como yo que cada vez que salgamos de noche tengamos que poner
nuestras vidas en peligro por culpa de una nefasta organización de eventos.
¡Cómo si encima no pagásemos suficiente por la entrada a las discotecas para
cubrir un mínimo servicio de seguridad!
Situaciones como esta deberían
hacernos reflexionar sobre cuál es la clase de seres viciados por el dinero de
los que dependemos cada vez que salimos. La gran mayoría de las veces, las cosas
como son; estamos borrachos, y si no nosotros, nuestro amigo. Somos
manipulables, frágiles… estamos absortos. Es
culpa nuestra decidir sobre nuestro estado de embriaguez, pero suya la de prever
que lo estamos dentro de su local, con todas sus responsabilidades. Mis
padres tienen derecho a saber que salgo a un sitio seguro, en el que mi vida no
corre peligro, y que duerman tranquilos. ¿O entonces la solución es quedarse en
casa? Yo opino que en absoluto. Las cosas están para disfrutarlas, con
precaución, límites y certeza de que, en el supuesto caso de que suceda algo, las salidas de emergencia van a estar
abiertas a que yo pueda salir, y no cerradas a que otros puedan entrar.
En la gran mayoría de las fiestas
con mayor aforo, para información general, los organizadores de eventos suelen
ser hombres cuya reputación dice mucho de ellos; llenan aforos de salas, tienen
los contactos suficientes como para conseguir los mejores locales de la ciudad,
y en el caso concreto del organizador del Arena Madrid en Halloween, tuvo la
osadía de reabrir hace unos años la discoteca en la que murieron cientos de
personas incendiadas en Madrid… y todo ¿con qué beneficio? Claramente económico.
Cosa que me parece normal, siempre que con ello no se juegue con la seguridad
de nadie, pero absolutamente deleznable cuando se consigue a costa de poner en
peligro a tus clientes.
A todo esto debo añadir la falta
de coherencia en la relación calidad-precio de cualquier discoteca de Madrid.
Pagamos demasiado para recibir una, o como mucho, dos copas llenas de garrafón
y Fanta, que fácilmente podría beber de la taza de mi retrete. Me resulta también
indignante el permiso de acceso gratuito a las mujeres con el objetivo de
atraer a un mayor número de hombres, a los cuales se les hace pagar el doble.
Eso fomenta claramente el descontrol, pero ¿quién es el responsable, el
organizador o la persona, sea hombre o mujer, que se deja engañar por “la ganga”? Yo reconozco que es
atractivo para una mujer entrar gratis a cualquier sitio, pero debería tener en
cuenta el objetivo inmoral que lleva detrás.
Somos, en definitiva, objeto de
los deseos económicos de los lugares que frecuentamos. Algunos optan por no
salir, otros por el botellón y otros por pagar precios disparatados por locales
en los que el acceso queda vagamente restringido, y de manera equivocada se
prohibe el paso a los menos pijos, como si el aspecto físico que aporta un Tommy
Hilfiguer fuese a ocultar los efectos de cualquier droga o del alcohol.
Miremos más por nuestra seguridad o, al menos, no paguemos por que nos
la vigilen otros que no lo van a hacer.
Álvaro Valadés.
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