Este
proceso se repite constantemente en nuestra vida y a nadie parece impactarle,
puesto que se ha convertido en un ejercicio rutinario y masificado. Allá donde
vamos, encontraremos cabezas gachas pendientes de un mensaje del Smartphone, un
e-book o una aplicación de tablet. Nos encontramos absolutamente absorbidos por
una nueva era que, sin darnos cuenta, se abre paso en nuestro día a día, las
tecnologías. Pero, ¿supone esto
algún impedimento en nuestras vidas?
Por
lo visto todos nos hemos quejado en algún momento de la cantidad de estrés que
acumulamos a lo largo del día, ¿y no nos preguntamos en qué nivel afectan la
inmediatez de los aparatos tecnológicos en este hecho?
Imaginemos
por un momento que un día, concretamente mañana, nos despertamos sin poder
disponer de ninguna de las tecnologías que implican redes de datos. Llegaríamos
tarde a la universidad, al trabajo, a la reunión, porque no tendríamos un
Smartphone con alarma incorporada que nos despertase a la hora prevista. No
podríamos encontrarnos con nadie por el camino, dado que no tenemos Whats App
para quedar a la hora y en el lugar que pactemos, ni dispondríamos de una
aplicación que nos avisase del tiempo que va a tardar en llegar el autobús, por
lo que deberíamos salir un tanto antes de casa. Al llegar, no podríamos
administrar nuestros archivos sin la tablet, algunos ni siquiera podríamos
trabajar sin ella, a la vuelta haríamos el interminable trayecto sin música ni
redes sociales con las que interactuar, lo cual además nos privaría de la
información diaria de actualidad del mundo que nos rodea.
Nos
veríamos en la odiosa obligación de tener que mantener contacto visual con el
resto de las personas del vagón, o acudir a esos anticuados medios de
información a los que mi abuelo llamaba ‘periódicos’. Y, finalmente,
acabaríamos el día reflexionando sobre lo enormemente solos que nos hemos
encontrado, la de cosas que nos ha dado tiempo a pensar y, por supuesto, las
increíbles ganas que tenemos de que al día siguiente podamos recuperar de nuevo
nuestras preciadas tecnologías.
Sin
duda, nuestra vida está facilitada por estas telecomunicaciones, pero debemos
incurrir en las carencias a las que esta dependencia internauta nos está
haciendo llegar. Carencias personales, sociales, mentales, e incluso
productivas. Llegará el día que todo el mundo olvide cómo hacer una
multiplicación sencilla porque con su móvil a mano nunca tendrá necesidad de
recordarla. Las relaciones interpersonales dejaran de ser una prioridad, dado
que la mensajería instantánea resuelve grandes situaciones comunicativas que en
persona no tendrían la misma efectividad. He llegado a ver a varios sujetos
situados uno al lado del otro hablando por Whats App entre ellos, sin mediar
palabra… yo supongo –o espero suponer- que eso sería una mera broma puntual, de
lo contrario, estoy convencido de la gravedad del asunto: las personas ya no somos personas sin aplicaciones online a nuestro
alcance.
En
contraposición a este hecho, se encuentran aquellos, generalmente veteranos,
que no acceden al chantaje de la nueva era digital. ‘Mentes retrógradas que no aceptan el cambio’… les llamamos, aunque
pensándolo bien, hemos de admitir que ellos son los verdaderos privilegiados.
Ellos son los que no dependen de un dispositivo para relacionarse o de una
tablet para trabajar. Ellos son los que toda su vida se ganaron el sueldo sin
dejarse los ojos en pantallas de ordenador. Ellos son los que vivieron la nueva
era de la información verídica, siendo únicamente censurada por los políticos,
no por la propia opinión pública como pasa actualmente, donde nos venden que un
Trending Topic es una noticia
mundial cuando no es más que un filtro de palabras de la red sin ninguna
veracidad constatada; si lo analizamos, nosotros creamos nuestra propia
información y nosotros nos sentimos llenos con ella, sin más. Las noticias
también cuentan con Twitter para dar sus actualidades y la prensa dedica
apartados a esta “voz social”. Estamos cayendo en una espiral autodestructiva,
en la que nos basta con nuestras propias creencias para sobrevivir, creemos
mirar más allá a través de pantallas que conectan con todo el mundo, y en el
fondo no hacemos más que girar un mismo pensamiento resumido en 140 caracteres.
Estamos
siendo masoquistas, y en lugar de aprovechar las tecnologías, nos sumimos a ellas,
nos vendemos a ellas. Somos por tanto,
productos maquinados en las mayores empresas tecnológicas del mundo. Nos
ponen una manzanita de eslogan, y nosotros la mordemos, y nos envenenamos.
Doy
por tanto las gracias a esos ya mencionados veteranos que tienen la
irreverencia de no dejarse manipular por el sector tecnológico. Yo, reconozco
que no puedo salir de él, y que seguramente jamás lo haga tendiendo en cuenta
que, encima, estudio una carrera cuyas salidas dependen de los medios
comunicativos, y estos, a su vez, de las tecnologías. Por tanto, hago un
llamamiento a todos, los que quieran tomarlo y los que no, porque nos
encontramos en una realidad que es incorregible porque nos tiene agarrada de
dónde más nos tira… el deseo por las modernidades que aún no poseemos. Somos
los usuarios de una red masificada y que depende de nosotros.
Por
suerte, siempre tendremos a nuestra disposición el botón de ‘Off’,
para aquellos momentos en los que nos apetezca recordar lo que era vivir en un
mundo sin digitalización ininterrumpida.
(Última conexión a las
19:30).
Álvaro Valadés.
Cuando conseguí un nuevo móvil pensé que todas sus aplicaciones me facilitarían la vida. Por su rápido acceso parece que todo iría más fluido. Lejos de eso, me acabé dando cuenta que estaba más pendiente de esas aplicaciones, chats de WhatsApp y redes sociales. Al participar más de ellas obviamente recibes más respuestas y notificaciones. Esto crea un circulo vicioso que culmina en lo descrito en la entrada. Para evitar todo ese estrés a veces desconecto durante varias horas. Buena entrada Álvaro, ignoraba que había mucha gente que pasaba por lo mismo. Imaginé que era el único que estaba así con estas tecnologías. Un saludo!
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